Prisionero de mi coraza

El sol dejó de alumbrar mi vida. Los días son películas tristes en blanco y negro. Las noches reflejan un tapiz de sangre. Las nubes me ayudan a derramar unas lágrimas que ya agoté. El clamor de los truenos refleja los gritos de furia y dolor que ya no puedo lanzar. La tormenta perfecta… para pillar una puta depresión. Una tormenta que genero yo mismo, y de la cual me escondo en una coraza, de la cual soy prisionero.

Sí, ahora mismo toca estar en momentos de bajonazo. Y la culpa la tengo solamente yo. ¿De qué sirve acusar al resto de la gente cuando no tienen culpa alguna? Soy yo el que no tiene los huevos de regalar ni una puta sonrisa. Ni puedo ni quiero. Mi egoísmo y mi pesimismo me lo prohíben. Ni siquiera me da la real gana de alegrarme de que al resto de la gente le vaya mejor que a mí. Soy tan egoísta que ni siquiera me la regalo a mí mismo, al ver gente que está aún peor que yo. No me sale ser cruel, pero tampoco hipócrita. No me sale sentirme bien.

Sigue la tormenta perfecta sobre mi cabeza. Y yo, mientras, sigo metido en la prisión de mi coraza. Me da miedo asomarme y ver que el fuerte viento de la libertad me permita ver la felicidad y la tristeza de quienes, supuestamente, me rodean. Porque sí, me rodea gente. ¿Mucha o poca? No lo sé. Lo único que sé es que, aunque esté rodeado, en estos momentos no puedo evitar sentirme solo. Solo, hundido y asustado. Si tuviese fuerzas para llorar, seguro que lo haría a escondidas de quienes me rodean. No quiero que me vean derrumbado. No se lo merecen. Al igual que no se merecen que hoy les dedique una sonrisa.

Sí, soy egoísta, caprichoso e inmaduro. Y encima me escondo cuando todo se vuelve contra mí. Aunque lo que se vuelva contra mí lo haya lanzado yo mismo. Por eso soy prisionero de mi coraza.

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